A ver, te pongo en situación.
Voy caminando por la calle cuando veo que, en la acera de enfrente, una joven muy moderna se mete en un pedazo de Ferrari descapotable. Lo arranca y, a todo lo que dan sus miles de caballos de potencia, da marcha atrás.
…Si, efectivamente había un coche aparcado tras ella.
Su conductor, que estaba en la acera porque también iba a entrar en su vehículo, mira atónito la escena.
La joven se había llevado el morro del coche de detrás y, como catapultada por un asiento eyectable, salió disparada imprecando, insultando y diciendo que cómo alguien osaba aparcar sin que ella se hubiese dado cuenta.
- ¡Coño, cuando he entrado en la tienda no estabas!
Etcétera, etcétera.
Así, como lo lees.
Crucé la calle tranquilamente y le ofrecí al señor mi testimonio.
Él mantuvo la calma y, dándome las gracias, me dijo que no, que él se hacía cargo y que inmediatamente harían un parte.
Me alejé entre los gritos e insultos de ella, que estaba fuera de sí.
¿Te ha pasado alguna vez algo de este estilo? ¿Has presenciado algo parecido?
Pero, ¿por qué es algo habitual?
Conducir un Ferrari y dar marcha atrás a toda potencia no, digo por qué es habitual responder atacando.
Bueno, hay varias posibilidades.
Una de ellas, la presión.
Hay personas que viven con una gran y constante tensión. Esa presión explota ante el más mínimo detalle que contraríe a la persona.
Otra mirada interesante es una distorsión cognitiva (vamos, lo que viene siendo una interpretación errónea de lo que sucede) llamada personalización.
Eso explica por qué algunas personas sienten que, todo lo que ocurre está relacionado con ellas y lo que es peor, que todo va dirigido en contra de ellas.
Y sienten la necesidad de defenderse cuando piensan que les atacan.
Otro factor a tener en cuenta es la gran tendencia a cargar con la culpa.
¡Qué pesadez con la culpa!
Vivimos en una sociedad en la que estamos a la caza del fallo, del error. Es más, eso se considera lo correcto y hemos normalizado el uso de la manipulación y del chantaje emocional.
La culpa conlleva responsabilidad, es dolorosa y pesa y al pasar a víctima, cargas al otro, liberándote tú.
También está otro de mis favoritos, el sentido de justicia.
Una justicia que creemos debe imperar por encima de todo, aunque esa justicia, por lo menos aquí, en la tierra, brille por su ausencia.
Y cuando sentimos que se nos trata (o se nos ha tratado de forma reiterada) de forma injusta, aparece el enfado. La rabia.
Y puede ser que, de verdad, algunas personas sientan que tienen razón, aunque sea en una situación tan descabellada como la expuesta de ejemplo.
También hay gente que automatiza este tipo de respuestas por comodidad, Como decía anteriormente, sé que soy responsable, pero es mucho más cómodo echar la culpa a otros.
O me siento inseguro y ante esa falta de confianza, intento aparentar fuerza con un arrebato de ira. Y lo que hay detrás de esa rabia, es puro miedo.
Sea cual sea la razón, la realidad es que atacar al otro nunca soluciona nada.
No deja de ser una respuesta violenta y, o bien obliga a la otra persona a responder en el mismo tono o bien calla, seguramente guardándose unos sentimientos heridos.
Y si la otra persona es capaz de reaccionar de manera asertiva, olé por ella, porque es la única forma de desmontar este tipo de comportamiento.
Se sabe que los arranques de enfado no liberan sino más bien al contrario, hacen mantener la sensación de ira durante más tiempo.
Y, ¿qué hacer para no reaccionar de esta forma?
Trabajar en tu confianza, en tu seguridad.
Dedicar parte de tu tiempo a liberar tensiones, a mirar en tu interior para conocerte y aceptarte.
De esta forma, no todo girará en torno a ti, podrás mirar con perspectiva las situaciones y, si recibes una opinión diferente a la tuya u ocurre una contrariedad, no necesitarás defenderte, porque tendrás claro que no son ataques hacia tu persona.
En el peor de los casos, el otro estará poniendo de relieve un comportamiento tuyo que le ha disgustado y, entre una cosa y otra, hay una gran diferencia.