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Pereza y desgana

No me da la gana.

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El otro día, alguien en una red social me pidió que escribiese sobre la pereza.

Acepto la propuesta y te voy a contar lo que pienso sobre ella (en este caso han pedido mi opinión y la ofrezco encantada)

Distingo entre dos asuntos bien diferentes.

Uno de ellos es la inapetencia o desgana y otra la pereza o apatía.

Como decimos en el dúo Virtudes, hay veces que la gana tiene más razón que un santo.

La mente se satura; el cuerpo se agota.

Necesitamos momentos de introspección y reflexión.

Parece que tenemos que estar siempre con el mejor de los ánimos; estar permanentemente dispuestos a echar una mano, o que solo con sobrados motivos merecemos sentir que estamos faltos de moral y energía. 

¡Qué pesadez! Con lo que se aprende al observar lo que aparece en esos momentos.

– , ¡Vaya!, había quedado con Carlos, pero es que no me apetece nada.  

No estamos obligados a hacer todo aquello que hemos planeado, ni siquiera, aunque nos hayamos comprometido previamente a ello (procurando hacer la menor faena posible, pero sin ceder a los chantajes emocionales)

La desgana o inapetencia por hacer determinadas tareas o estar de una forma auto impuesta o impuesta por los demás, puede ser fruto de una necesidad que te invito que examines y, si es posible, respetes.  

La pereza o apatía puede darse por varios motivos (estos son los que se me ocurren en este momento, pero seguramente hay más):

  1. Exceso de actividad mental: Cuando saltamos de un pensamiento a otro provocamos un estado de confusión en el que nos es difícil la toma de decisiones. – Si no sé qué hacer y por dónde empezar, no hago nada.
  2. Tener contradicciones profundas: El choque de fuerzas, tiene como resultado quedarse en el mismo punto. -Quiero hacerlo, lo deseo con todas mis fuerzas, pero no sé si debo.
  3. Inseguridad, miedo al fracaso y a las posibles consecuencias: -Quiero hacer esto, pero no sé si soy capaz; -¿Y si esto que tanto anhelo, resulta que es un fiasco?; – ¿Si no soy tan buena como pensaba?
  4. Afán de perfeccionismo:  – Voy a repasar esto otra vez antes de lanzarme. Pero casi espero un poco más hasta estar más seguro.
  5. Falta de motivación: – Total, ¿para qué?

Y uno va cayendo en una especie de indolencia que causa inercia.

Una vez que estoy quieta, es difícil comenzar el movimiento y cuánto más tiempo paso parada, más acostumbro a mi mente a pasar por esas rutas ya establecidas y aprendidas como cotidianas.

La reflexión, la observación, el conocimiento de uno mismo, son, a mi modo de ver, fundamentales, pero la mente necesita nuevas conexiones, nuestra seguridad necesita pruebas de que somos capaces y esto se consigue actuando.

Leer, escuchar a otros y creer que eso es conocimiento, es también una forma de inmovilidad y pereza, porque las palabras (leídas o escuchadas) no nos cambian ni movilizan.

Los otros nunca hacen el trabajo por mí, por mucho que sea capaz de reproducir lo que he memorizado.

La información puede ser un tipo de combustible, pero por sí solo no hace circular.

Necesita un motor.

El motor de tu espíritu activo.

Y si ese motor está tiempo parado, cada vez sentirás más inseguridad y frustración.

La pena por uno mismo, la sensación de ser víctima, la creencia de que las cosas son como son, son también factores que pueden influir a la hora de sentir pereza.

Contempla, conoce, comprende, analiza, investiga y haz.

Ya irás reconduciendo el camino a medida que avanzas.

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