Siempre tuve cierta tirria a la fiesta de Halloween.
Porque sentí que entraba sin casi pedir permiso y se acomodaba entre nosotros, queriendo ser una más. Y lo ha conseguido.
Este año he cambiado la forma de mirar.
Además de parecerme adorables los niños disfrazados de brujas, fantasmas, vampiros o zombis y de hacerme muy feliz verles tan contentos con sus calabazas llenas de caramelos, me parece que tenemos delante una oportunidad estupenda para educar en la muerte. Un tema pendiente en nuestra sociedad.
Se sabe que los disfraces actúan a modo de exorcismo. Si me disfrazo de aquello que vive en mis pesadillas, de alguna forma le doy concreción, externalizo ese miedo representado en un personaje y pierde fuerza en mi mente. Esto forma parte de un ritual ancestral.
Bien. Tenemos por un lado una fiesta meramente lúdica y, por el otro, la ocasión, por lo menos anual, de revisar nuestra condición de mortales. De recordar que tenemos una cita ineludible con la muerte a la que tarde o temprano acudiremos.
Los niños no deben crecer ajenos a esta condición. Cuando hay una enfermedad mortal o fallecimiento en la familia, la tendencia es a apartarlos y a alejarlos. Creemos que, de esta forma, les ayudamos, y les restamos la posibilidad de ir familiarizándose con las despedidas, con las partidas, con el final. Les hacemos sentir que no son lo suficientemente importantes como para formar parte de algo crucial en la vida de sus seres queridos, y es frecuente que adultos narren cómo sufrieron y el trauma que les causó no poder despedirse de sus padres, visitar a sus hermanos o ayudar a sus abuelos en sus últimos momentos cuando eran niños.
Con sensibilidad, cuando ellos pregunten (siempre que no haya pasado nada drástico en el hogar que ellos deban saber), sin darles información de más y con mucho amor.
Los niños entienden mejor de lo que pensamos y no podemos vivir por ellos ni evitarles los dolores de la vida.
También hay que enseñarles a dar las gracias. Es la otra gran parte de la festividad de estos días.
Agradecer con toda el alma a todos aquellos que vivieron para que nosotros vivamos. Que nos cuidaron, que nos alimentaron. Que hicieron posible que hoy estemos aquí. A los que dieron la vida a los que nos la dieron a nosotros.
Es tiempo de agradecer la vida y aceptar la muerte. De esto va la celebración de estos días.
Y si los niños se disfrazan de calavera mientras se toman un dulce, más divertido para ellos.
Es lo que tiene vivir en un mundo globalizado, ¿no crees?